jueves, 2 de agosto de 2012

LA SIRENA DEL PUENTE (cuento amazónico)


LA SIRENA DEL PUENTE

Cuentan los antiguos pobladores; entre ellos un abolengo de ochenta y cinco años de edad, no oriundo de esta zona, si no forastero como en la mayoría de aquellos pioneros que llegaron a poblar esta zona llamada ahora Aguaytia.
Sucedió aquella vez, cuando el primer Puente estaba ya a culminaciones de su ejecución; Gilberto salió de pesca aquella noche en luna llena a eso de las once y media dotado de un cordel con un plomo fijado a un gancho (anzuelo), cuando escuchó un sonido lírico carecido de letras, solo se apreciaba un tono muy hermoso y único, nunca se había oído una melodía así, al menos en ningún instrumento conocido en aquellos tiempos; aquel sonido provenía de la banda del río, ¿pero quien se pondría a entonar esa melodía?, si no residía ninguna persona por aquel lugar; era la interrogante que atentaban la mente de este agricultor.
Al amanecer del siguiente día, Gilberto al parecer no era el único que escuchó esa melodía, otros compañeros de trabajo y vecinos suyos estaban murmurando acerca de esa melodía, era la noticia del día en aquella comunidad… Había un personaje llamado Vidal  que podía precisar que era la voz de una mujer, este era uno de los vigilantes de aquella construcción (el Puente Aguaytia), él mencionaba que hace dos semanas atrás veía a una joven arrojándose de una de las zapatas del puente hacia el río, a eso de las siete y media de la noche, ya oscuro en su totalidad en esa área, ella era iluminada por un mechero artesano donde solo acaparaba un metro de radio de luz, Vidal no se acercaba a preguntarle a la joven: por qué ella se bañaba muy tarde, Era además muy peligroso, habían peces muy grandes (aquella vez el Río Aguaytia era abundante en animales acuáticos), nunca se acercó a pesar de la gran curiosidad; él era todo un caballero, sabía respetar la privacidad de aquella muchacha, según él, la resguardaba pero el sueño le vencía hasta  quedarse dormido y no se daba cuenta cuando y a qué hora la joven retornaba, nunca supo quién fue.
-Ahora solo se escucha un canto muy bonito que cautiva, pero no se acerquen al lugar de donde se oye, es el alma en pena de aquella joven, ahora ahogada- fueron las últimas palabras de este ex vigilante, ya estaba de regreso a su natal Cajamarca.
 Gilberto un poco asustado, comenta esto a su mujer, lo de la joven ahogada, pero, nadie en el pueblo mostro cara de preocupación por alguna persona desparecida, mucho menos por una muchacha, ¿quién sería aquella desafortunada que ahora está en pena, quizás será una de las hijas de los nativos que de vez en cuando frecuenta por esa zona, solo a juntar peces varados en la orilla que deja la creciente cada que llueve?, decía la esposa; quien recomendó a Gilberto que ya no salga a pescar, podría ser muy peligroso.
Llegó la noche y la constelación era muy visible, se pronosticaba un buen día para mañana, la luna muy radiante mostraba una membrana de arco iris, iluminaba el puente y a la pequeña comunidad, era una excelente noche para salir de pesca.
 -las doncellas están surcando-, decían los vecinos, nadie se arriesgaba a la cacería, amedrentados por los argumentos de Vidal. Dos San martinences muy avezados, emprendieron rumbo hacia la banda, con una correa en la mano y sobre una canoa o bote hecha por ellos mismos, la cual ellos alquilaban o lo usaban para el fleteo cotidiano en su mayoría, éstos eran vecinos de Gilberto, el cual era invitado hacia la travesía: –sube Gilicho, no nos va hacer nada, a correazos le vamos a agarrar si es que viene… ven ya no tengas miedo, tu vete al medio-
Gilberto inseguro y sobre todo con temor, no se animó acompañarlos, todas maneras su familia tenía algo que comer en casa.
 Aquella noche no se escuchó aquel canto de la joven en pena, ninguno de los pescadores restantes salieron a las orillas por el  gran temor hacia la difunta, la mayoría dotados de familia.
Llegó el siguiente día, y como fue pronosticado resultó siendo un hermoso amanecer, como es de costumbre la gente concurre muy temprano hacia el puerto, a vender y comprar productos de consumo cotidiano, los san martinences tuvieron buena pesca, empezaron a vender la mayoría de su producto y otra parte para su consumo; Gilberto se acercó a preguntarles: – ¿Cómo estuvo todo?- respondieron en coro: -de maravilla gilicho, te has perdido de todo, en la tarde te contamos más, llévate esta doncellita para tu chilcanito…-. Gilberto  muy agradecido y desconcertado a la vez regresó a casa, y comentó a su esposa: -los vecinos han regresado de pescar, y no les ha pasado nada, hoy les voy a acompañar, ellos salen a pescar con red, mientras que yo tengo solo un anzuelo.-
la esposa no mucho que avalaba la actitud de Gilberto respondió: -ellos son selváticos, conocen muy bien el río y esta zona, nosotros recién estamos cuatro
Meses, además ya nos vamos a ir, no hay progreso por acá, juntos hemos venido, juntos tenemos que volver, no quiero que te pase nada...-, pero Gilberto estaba decidido acompañar a este par, sobre todo por la gran curiosidad que le invadía en su interior, de querer conocer a esa alma y su hermoso canto.
Llegado la manta del atardecer, cada uno a sus respectivas chozas después de una larga jornada en la chacra, algunos rozando para sembrar plátano o hacer pastizales, mientras que otros realizaban “minga (*)”, esto era la costumbre en la pequeña localidad, el pan de todos los días en la pequeña localidad de Aguaytía.
 Gilberto se contacta con los vecinos fleteros para la excursión en la noche, y estos aceptan llevarlo pero sin  hacer saber a su mujer, pues se iba renegar con ellos, Gilicho como así lo llamaban dijo:   -ya está todo conversado, no hay problema, además a ella le encanta este pescado, por cierto estaba muy bueno, muchas gracias, cuéntenme, ¿pudieron ver el alma?…-, ellos mostraban un gesto sonriente, se dieron cuenta de algo, del gran interés de Gilicho y sobre todo la gran curiosidad, uno de ello le respondió: -eso que dicen que es alma, no es, es algo mejor, el alma no canta así, nosotros sabemos cómo canta un alma, teníamos una duda pero ahora ya no… ¿tú conoces la sirena, gilicho…?-
-¿una sirena…? creo que eh escuchado hablar a los “inges” acerca de eso, es un pescado con cuerpo de persona creo…- respondió Gilberto.
-si Gilichito, eso es,  como te has escuchado así igualito es, allá en mi tierra habitaban más antes, pero ya se han desparecido, creo que las crecientes se los lleva, o se irán pero no sé a dónde, esos son como personas y no se dejan ver así no más, tienes que regalarles alguna prenda tuya para que te dejen pescar, o si no ellos te hacen ahogar y destruyen tu bote, anda trae una blusa de tu mujer, para que le regales, pero no tiene que darse cuenta, va a creer que le vas a dar a tu otra cholita, jajajaja…- le dijo el otro.
Entonces Gilberto hizo caso y se fue tras la blusa de su esposa lo cogió sin que ella se diera cuenta, embolsó su porción de cancha tostada y se despidió muy apresuradamente dirigiéndose hacia el puerto en donde estaban esperándolo, la mujer se mantuvo en vela por su marido, no podía hacer nada, cuando se le metía una idea a Gilberto nadie lo hacía cambiar de parecer.
Llegó las diez y media de la noche y zarparon provistos con una red, un machete y un par de costales, mientras Gilberto con su cancha en mano y sentado al medio por seguridad, recibió una última recomendación: -cuando escuches el canto no le tomes importancia, y si se aparece no le mires, piensa en otra cosa, ella te va a distraer, para que te ahogues, ese rato arrójale la blusa que estas llevando, nosotros ayer nos hemos salvado de milagro, no estábamos seguro que era una sirena, por eso no habíamos llevado una prenda de mujer, pero ahora tu si tienes una, eso le vas a dar para que se distraiga, cuando la sirena sale del río a tomar un poco de aire los pescados se varan en la orilla parece que ella tiene un imán y los pejes le siguen, ese rato aprovechamos en juntar todo lo que podemos, mientras ella toma aire se pone a cantar, nadie se explica a qué se debe ese canto, estará buscando a su marido seguro jajaja...- fueron las últimas palabras mientras llegaban a la orilla de la banda, fijaron el bote y se escondieron entre un cañabraval, estuvieron a la espera a que la sirena salga a la superficie, todos tenían los ojos puestos en la parte inferior de la zapata, sin parpadeo alguno, era emocionante esa situación, sobre todo para Gilberto, quien abrazaba la blusa de su esposa muy fuertemente, temía que podría salir algo malo, ya que las palabras de uno de los san martinences no era muy alentador, la idea era volver sano y salvo, para él no importaba si volviese con algún pez, lo importante era su vida. Comenzó a agitarse el agua, se formaba como una especie de remolino leve, se podía apreciar todo ya que la luna se encargaba de la iluminación, los peces empezaban a vararse en la orilla, y daban salto pero no con el fin de retornar al río si no, de seguir avanzando.
-¡apresúrense en juntar los pescados¡ antes que salga la sirena,- dijo uno de ellos, salieron de su refugio y fueron a la caza, más que una caza era una re colectación de pez a granel, pero Gilberto no salía todavía, se quedó invadido de temor, nunca vio las maravillas y encantos de la selva, estaba atónito.
-! Gilicho, ven juntar tu pescado antes que salga la sirena, además tú tienes la blusa, ven dame la mano ¡
Éste  nada que respondía, en vista de esa actitud, retornaron muy presuroso hacia el bote antes que suceda una desgracia, le quitaron la blusa y la tiraron en la orilla, lo tomaron de la mano y zarparon juntos a toda velocidad, mientras se alejaban se escuchaba un canto muy delicioso, cuyo canto volvía en sí a Gilberto, le estaba haciendo reaccionar, nadie volteó a mirar solo siguieron su dirección, era la sirena.  El par como que estaba en desacuerdo con él, por esa reacción, pero eran muy buena gente y decidieron compartir la cosecha pesquera, no era mucho pero ya salía para el sustento del día; ataron el bote y cada uno retornó a sus hogares. Sin mencionar palabra alguna, Gilberto dejó la bolsa con unos cuantos peces en la mesa, se cambió y se recostó, la mujer no hizo pregunta, sería lo mejor, pero notaba mucha diferencia en su marido.
Llegó el amanecer, y también la rutina, seguían los murmureos acerca de ese canto, nadie confirmaba que era una sirena,  todos tenían bien en claro que era el alma en pena de aquella muchacha hija de un nativo, solo lo sabían aquellos tres aventureros (los dos san martinences y Gilberto).

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